martes, 5 de julio de 2011


REPORTAJE 


Desplazamiento y violación de las mujeres victimas del conflicto

Por: Yancy Castillo

La mujer a través de la Historia ha sido maltratada y se ha reducido su condición de ser humano por el hecho de ser mujer. Con el paso del tiempo en algunas sociedades ha logrado que se le respete como persona y aunque el camino ha sido largo y difícil, continúan  vulnerándose sus derechos.
A modo de ilustración la historia de Rosa, nombre que le daremos al personaje victima de violación, secuestro y desplazamiento forzado, quien ha compartido su testimonio con “Palenques”.
Rosa habitaba en un corregimiento cercano a Mocoa, capital de Putumayo. Allí residía con sus dos hijos y su esposo. Era un lugar tranquilo sin presencia de ningún grupo al margen de la ley. Un día ocurrió una toma por parte de paramilitares, que querían controlar la zona, ya que era paso obligado de la guerrilla. El capitán al mando violó a varias mujeres de la zona. Sólo algunas  lograron evitar la tragedia, Rosa fue una de las afortunadas, pero con el paso del tiempo su relación se deterioró y no volvió a saber de su pareja.
Rosa  se  convirtió en madre soltera y así,  decidió  comprar un restaurante que dio frutos inmediatamente. Pasados algunos meses, Rosa fue visitada por el comandante que lideraba la zona, quien le reclamó por el tipo de personas que frecuentaban el lugar. Ella le dijo  que era un lugar publico que  no podía impedir la entrada a su restaurante y  que  no hacia parte de ningún grupo.
Una tarde Rosa en compañía de otros propietarios salió al pueblo principal a hacer compras para abastecer el negocio y al regreso,  el vehículo se averió y todos tuvieron que caminar por una trocha. En el camino,  ella y los cuatro acompañantes presenciaron un asesinato por parte del  paramilitar que lideraba la zona y  esa misma tarde fueron asesinados dos de los testigos. Los demás, entre ellos Rosa, fueron amenazados con reclutar a sus respectivos hijos.
Dos semanas después, Rosa fue al pueblo en busca de insumos para el restaurante y decidió tomar otro camino para evitar  una situación como la que ya había vivido, pero al retornar  encontró al mismo hombre asesinando a tres personas más, el médico del pueblo y su hijo, y la directora del colegio municipal. Lo peor de todo fue que Rosa y el asesino cruzaron las miradas en ese momento y  la detuvieron, le vendaron los ojos y la secuestraron. Después de tres días le informaron que sus hijos pequeños  estaban  al cuidado de la familia de su ex esposo. Aunque  ella les dijo  que no iba a darle información a nadie sobre lo que había visto, la mantuvieron en cautiverio. A la semana, el líder paramilitar abusó sexualmente de ella y continuó haciéndolo las veces que quiso y amenazándola con el reclutamiento de sus hijos, el maltrato físico y la amenaza de muerte. Rosa estuvo secuestrada casi tres meses y vendada durante  el  cautiverio.
Una tarde fue sacada del lugar donde se encontraba y tuvo que caminar durante seis horas. Luego fue liberada en una carretera y una mujer paramilitar le entregó a su hijo menor para que se despidiera, ya que sería  entregado nuevamente a sus abuelos paternos y ella debería irse del pueblo y no regresar. Tomó el primer bus que pasó por el lugar y llegó a la ciudad de Tumaco, en el Pacífico colombiano, y  se hospedó en un hotel,  que abandonó al día siguiente porque estaba rodeado del negocio de la prostitución. Sólo tenía  $60.000 pesos y debía encontrar un empleo para sobrevivir. También temía  denunciar porque sus hijos se encontraban cerca de quien la había secuestrado  y violado.
Pasados unos días, encontró  trabajo en un restaurante, como mesera. Al lugar  llegaban militantes al margen de la ley que se hacían pasar por civiles. Un día llegó un hombre vestido de civil con botas y ella se intimidó pero simuló no estar nerviosa.  Rosa lo atendió como cualquier otro cliente, pero el hombre al observar la herida que  tenía en uno de sus brazos le preguntó qué le había sucedido. Ella le dijo que era una cicatriz de una vacuna, pero el hombre le dijo que no mintiera que eso era una herida de bala.  Le dijo incluso, el nombre del arma  que le causó la herida. Al día siguiente, Rosa se marchó y tomo un bus hacia Bucaramanga, continuando con la tragedia que viven millones de desplazados en Colombia.
La historia de vida de Rosa, solo uno de los casos emblemáticos del desplazamiento forzado y sus consecuencias familiares, sociales, culturales y políticas.
Cimarrón convoca al pueblo colombiano a continuar la lucha por los derechos de la población víctima del desplazamiento forzado a una justa reparación y restablecimiento de sus derechos territoriales y humanos.


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